Mi (primer…?) relato sobre la Península

Por: Pablo Levy

Escuché comentarios sobre la Península San Pedro (PSP) por primera vez en enero de 1982. Había terminado mi primer año de Facultad de Ingeniería, había leído en las Cartas de Lectores del Expreso  Imaginario que alguien contaba su experiencia de recolectar manzanas “en el sur”: me convocaba mas lo  segundo que lo primero. Qué era lo que buscaba…? Era una Comunidad, era una Revolución, era un Proyecto  de Vida, era una madre para mis hijos…? Mis papás se habían conocido por una anotación que dejó mi mamá  en el libro de invitados del Refugio López. Cuando mi papá subió y leyó esa anotación dijo “quiero conocer a  esta mujer”. Lo logró. Yo soy el primogénito de esa pareja.  

Por esas vueltas del destino, llegué al Sur de mochilero, entrando por Esquel. El viaje había empezado en  Capital Federal, con escalas en Pinamar, Azul, Bahia Blanca. Allí, el tren arrancó con destino a Bariloche, pero  alguien nos convenció – a AlejandroR y a mí – de bajarnos en Ingeniero Jacobacci en donde había un “trencito”  que estaba “bueno”. Esquel y Futalaufquen fueron las escalas para llegar al Bolsón, en donde entre un grupo  de acampantes se mencionaba que “en la PSP también hay un microclima” y había “gente haciendo  experiencias copadas”. Era la época de La Gente del Futuro, nacían los jóvenes del año 2000.  

Faltaban pocas semanas para el momento en que morirían otros jóvenes, unos con los que habíamos  compartido el frío dentro de La Trochita. Juntos, juntamos leña al costado de la vía mientras el tren avanzaba  lentamente. Ellos viajaban –sin saberlo- hacia un frío mas profundo: el de un campo de batalla de una ridícula  guerra. Todos bajamos del tren en Esquel, cada uno siguió un camino diferente. Con mi amigo, fuimos hacia el  norte. 

Era la época en que en El Bolsón se mencionaba mucho a “los hippies” con admiración. Cultivaban la tierra e  iniciaban una gesta folklórica, quizás inspirada en lo que sucedía en otros países, quizás siguiendo una voz  interna propia. El microclima de la zona alentaba el trabajo de la tierra, allí, y mas al sur en otros “bolsones”  como El Hoyo y La Bolsa (¿?). Se decía que en el microclima de la PSP, en Bariloche, pasaba algo similar.  

Años después, en agosto de 1998 estuve en la PSP pero no recuerdo nada: llegué de noche en un ómnibus con  colegas con quienes compartimos una reunión de trabajo. La cena de camaradería se hacía en un cierto  restaurant con fama y mística, hablaban de un tal Mallman. Así que bajamos del ómnibus, comimos y bebimos,  y nos volvimos sin poder ver el paisaje ni el lago ni las montañas ni la famosa Península.  

Fue recién en 2016 cuando, durante una visita al cerro Campanario, desde la terraza de la confitería que corona  el cerro, MaríaJoséS dijo: “esa playa de enfrente es muy linda, miren el degradé del agua cerca de la costa”.  Poco después se produjo mi primera (o segunda para ser mas precisos) entrada en la PSP.  

Doblamos en el km20, seguimos Campanario, curva y contracurva, y luego desviamos hacia Medioevo  siguiendo los carteles de un hotel, la referencia que habíamos recibido. Al pasar por unos tachos de basura vi  una valija roja, tirada, lista para subirse al camión de basura. Me quedó esa imagen aún cuando fuimos a la  Playa Pública y conocimos una playa como no hay dos…Caminamos la costa, miramos las aguas en degrade  desde cerca. Mientras ella leía mirando al lago, yo me fui a caminar bordeando el lago. Estuve saltando caños  de tomas de agua, bordeando el lago debajo árboles y subiendo piedras, descubriendo veleros fondeados. De  regreso, obviamente detuve el auto al lado de los tachos de basura, miré a un lado y al otro, y metí la valija  roja en el baúl del auto…. 

Días después inspeccioné la valija. Su estado exterior no era tan malo, solamente le faltaba una manija. Al  abrirla, encontré un bolsillo “secreto”, dentro del cual había alguna ropa y un sobre con papeles. Si bien la ropa estaba un poco maltrecha me quedé con una remera azul de mangas largas, y tiré el resto. Adentro del sobre  había ( creo recordar, aunque lo tengo difuso) algunos carnets, unas fotocopias de un DNI, y otros papeles.  

Así, días después, emprendí mi tercera entrada a la PSP: dejé el sobre con los documentos enganchados en  una rama que estaba cerca del tacho de basura. Yo no sería el responsable de que ese sobre llegara a la  basura…! Tampoco se me ocurrió hacer otra cosa con esos documentos. La valija, me la quedé. Ahora que lo  escribo, me doy cuenta que mi idea era que por error alguien había tirado su propia valija olvidando el  contenido secreto. Pero podría haber habido otros escenarios: una amante despechada que se deshace de lo  que le queda del estúpido ése, un caminante que se había alojado en casa que no había regresado y luego de  años había que despejar la bohardilla, una limpieza de cosas inútiles y para qué voy a revisar esa valija rota  que ni recuerdo cuándo se usó por última vez, en fin, una historia que no quería terminar en la basura y me  hizo un guiño cómplice cuando pasé cerca.  

Usé la remera azul por varios años (cada vez que me la ponía evocaba las circunstancias en que la había  rescatado de un final cruel) pero, mas interesante para lo que describo acá, cuando al poco tiempo del  encuentro hice mi – ya cuarta – entrada a la Península para ver un lote cuyo precio estaba dentro de mi  presupuesto, sabía por dónde era el camino y sabía qué desvío tomar y cuál no. Obviamente que luego de ver  el lote, ya de regreso, pasé por los tachos de basura. Ni rastros del sobre: siempre tuve la duda sobre si alguien  los habría recuperado, o habrían ido a parar a la basura nuevamente. La valija roja se salvó: la sigo usando. Me  vino bárbaro cuando hice mi propia mudanza a la PSP. 

Y si luego de este relato alguien me la reclamara, para demostrar ser su legítimo dueño tendrá que describir la  remera azul con todo detalle para que yo le crea que es suya. En cualquier otro caso, esta valija es mi primer  recuerdo de la PSP, condensado en un objeto, abriendo siempre sus tapas para proponerme nuevos viajes, y  no pienso devolverla. Y además, ahora que veo la foto, me doy cuenta que no era toda roja, como en mi  recuerdo, así que me puedo estar confundiendo en todo, y es una valija mía que no tengo porqué devolverle  a nadie. 

Compré ese terreno, hubo que esperar la escritura, pero finalmente todo estaba en orden. Las visitas a la PSP se empezaron a hacer cada vez mas frecuentes. Una vez vine a visitar el terreno con DaniC, recuerdo que me  costaba creer que allí podría haber un pedazo de mi futuro. Al regreso, exploramos Campanario al fondo, y  seguimos el camino que marcaba GoogleMaps: una entrada a una chacra con tranquera abierta y un cartel que  decía lacónicamente “tulipanes”. Entramos, con la excusa de que según el GranGoorú eso era un camino  público. A las pocas cuadras encontramos un amplio terreno cultivado, parecía una gran balsa en un mar de  pinos altísimos. Nos acercamos al alambrado, y se acercó el único trabajador, un señor casi calvo, casi viejo,  casi amable. Pero luego de entablar conversación, le recriminó duramente a mi amigo – biólogo – no haber podido diferenciar tal especie de planta de tal otra. Nos presentamos, y quedó en claro que el tal PedroS no  era un labrador cualquiera.  

Quizás inspirado en lo que había leído varias décadas atrás en el Expreso Imaginario, quizás haciendo un  esfuerzo por generar un contacto con ese pedazo de futuro que quizás me esperaba en la PSP, quizás  imaginando que podría aprender algo de esas esplendorosas flores y de ese marinero que comandaba la balsa,  le pregunté a PedroS si aceptaría que yo lo fuera a ayudar en su tarea. Creo recordar que me dijo textualmente  “si quiere venir, venga”. Le dije que dentro de dos meses, cuando yo tenía planeado volver a Bariloche, iría. 

Dos meses después, en la tarde de un día de verano puse mi carpa en el flamante lote. Una vez armada la  carpa, fuí a saldar mi promesa. Sorprendido, PedroS me dijo que ese día ya había terminado la jornada, y que  al día siguiente a la mañana él tendría que irse al pueblo: si yo quería, aquél pedazo de tierra necesitaba que  le sacaran los yuyos. Agarró la pala y me mostró el procedimiento. Pasé mi primera noche bajo los coihues,  desperté de madrugada, y me fui a trabajar la tierra. Cuando pasó en su camioneta rumbo al pueblo, la sorpresa de Pedro al verme fue mayúscula. Si bien era temprano, yo ya estaba trabajando y había avanzado  con una buena parte de lo pautado. Me sugirió que no me quedara mucho tiempo expuesto al sol, y me invitó  a que regresara a la tarde, cuando el sol cayera un poco, a trabajar y merendar. 

Así, pasé mis primeras cuatro noches en la PSP, y pasé mis primeras cuatro jornadas conversando y  piqueteando la tierra con el primer vecino que estaba conociendo en este rincón del mundo. Luego conocí  varios otros, y pasé varias otras noches, pero eso es parte de otro relato.  

Sentado en el comedor de mi nueva casa, en medio del bosque, mirando a lo lejos el lago abierto, termino de  escribir estas notas, un intento de detonar los “Relatos de la Península” entre un conjunto de vecinos, la  mayoría de los cuales me son desconocidos. Porqué quiero hacer esto…? Me gusta la idea de contar alguna  intimidad, me gusta la idea de escuchar algunas intimidades de otros. Durante años aborrecí el chusmaje. Mi  papá me enseñó – predicando con su ejemplo – a pensar al chusmaje como algo dañino, como algo inútil, quizás  como algo perverso…? No fue hasta leer Sapiens, el libro de Harari, en que pude pensar al chisme y al chusmaje  como una actividad propia del ser humano, como una actividad que ha permitido que los humanos se fueran  organizando hasta llegar a la desorganización que componemos hoy en día… 

Pero quizás escribir ésto no es chusmaje, es simplemente recabar un poco de la historia del lugar que quiero  habitar de ahora en adelante. Finalmente me estoy apropiando de ese pedazo de futuro que creí percibir en mis primeras visitas al terreno. Quizás el motivador de todo esto es sentirme en Comunidad, inmerso entre un  conjunto de gente, de vecinos a los cuales uno les pueda confiar las llaves de su casa, y que te puedan dar una  mano en los momentos difíciles.  

Como comenté al principio, no tenía bien en claro qué salí a buscar hace 40 años. A esta altura, hoy, ya encontré  a la mamá de mis dos hijos, luego encontré a la compañera con la que me imagino envejeciendo, sigo buscando  la Revolución, sigo pensando en cómo será la vida de acá en adelante. Quizás lo de Comunidad le queda un  poco grande a lo que se pueda llegar a compartir en este vecindario, creo que está bien si logro estar en paz  con los vecinos y con este espacio que me está gustando habitar.  

Quizás por eso la propuesta de estos Relatos de la Península. Para que cada uno cuente una pincelada de su  vida en la PSP. Como si este espacio fuera una Paleta del Pintor: quien la toma, tiene una herramienta para  mostrarnos algo de su interior. Si quiere. Y quizás lo “de la Península” es solamente una excusa.

2 comentarios en “Mi (primer…?) relato sobre la Península

  1. Clarisa Responder

    Ah la peni…yo llegue ahi en 1978 junto a los legendarios Marta y John x ellos la calle se llama medioevo. Ya subire fotos de ese tiempo magico. Tu relato relindo!

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